martes, mayo 20, 2008

Capítulo 2

La mañana siguiente se presentó con un sol radiante y cálido, que hizo olvidar la fría noche que habíamos pasado. Petit y Gilder coincidían en que era un regalo de Dante. Para mí, el día era igual, puesto que todos los días eran iguales. El calor o el frío me eran indiferentes. Gracias a la tregua de la noche anterior, logramos escapar del búnker y refugiarnos en una pequeña habitación de lo que parecía ser un hotel en ruinas. Decidimos la vigilancia, y nos dispusimos a dormir. Yo vigilé primero. Mientras Petit y Gilder dormían, yo estuve observando el búnker mucho tiempo. Pensaba mucho en las palabras de Dante. ¿Puedo cambiar mi vida? ¿Es posible comenzar de nuevo? ¿De verdad tengo tantas cosas como dice él, pero que no puedo verlas? Al mirarlas simplemente, solo me tengo a mí, a la guerra, a mis compañeros de guerra. Mi familia no me interesa mucho, y no hablo mucho ni salgo con mis amigos, por que no tengo ánimos. Además, la mujer de la que hablaba Dante, que me ha quitado el sueño por que me siento atraído por ella, no la he podido ver hace un par de días. Pero ella debe tener mejores “candidatos” que yo, un pobre y miserable ser errante que no vive por nadie ni por nada, y que no tiene nada que ofrecerle a una grandiosa mujer como lo es ella. Pasaron las horas, y decidimos avanzar en nuestra empresa de tratar de huir de ahí. Yo no había dormido nada en dos días, pero no me sentía cansado. Caminamos durante todo el día, mientras Petit y Gilder hablaban de lo que harían cuando saliéramos de allí. Gilder tenía planeado pedir la mano de la mujer que le roba el corazón, mientras que Petit pensaba esforzarse al máximo en sus estudios, y, por que no, encontrar una linda mujer con la cual compartir el resto de su vida. Yo, una vez más, caminaba silente, sin nada que contar. Pensaba como era posible que piensen en que harán cuando salgamos, si aún no salimos. Estamos atrapados aquí, en esta tierra desconocida, con pocas municiones y provisiones, con ejércitos enemigos completos merodeando las zonas. Y se los comenté. Pero ellos recurrieron a su estúpido optimismo para decirme que si saldremos, y que debemos tener fe en que las cosas saldrán bien. Yo les dije que el optimismo es una falsa ilusión para mantener la esperanza de algo que se ve mal, y que no parece querer pintar mejor. La vida me enseño que el pesimista es un optimista, pero que tiene experiencia. En realidad, no me lo enseño la vida. Siempre he sido una persona pesimista, por eso quizás nunca me decepciono por nada. Ellos me respondieron que necesito ser más optimista en la vida. Yo no los escuché, por que odio que me digan lo que debo hacer o como ser. ¿Qué se creen? ¿Dueños de mí? ¿Se creen con el poder para decirme eso, por que no soy igual a ellos? Que equivocados están. Seguimos nuestra caminata, hasta que llegó la noche, y con ella, la lluvia. El terreno se volvió demasiado oscuro y peligroso para avanzar, por lo que buscamos una pequeña casa destruida, y nos refugiamos. Al entrar, nuestros ojos vieron unas de las escenas que nos marcaron de por vida. 3 niños, horriblemente asesinados a sangre fría por nuestros compañeros de lucha, nuestros “amigos”. Encima de ellos, la mamá tenía el cuerpo con mas de 35 agujeros, lo que hacia pensar que le dispararon a quemarropa mas de 35 veces. Al parecer, trató de proteger a los niños, por que presentaba múltiples golpes en su destruido cuerpo. Los niños fueron baleados y golpeados con la misma brutalidad. Los cuerpos aún emitían un fuerte olor a pólvora, producto de los múltiples disparos que recibieron. Petit no cabía en si. No podía creer que nuestros propios compañeros hayan cometido semejante atrocidad. Gilder solo observaba en silencio, mientras derramaba lágrimas. No entendía su malestar o pena. Esa gente no es ni de nuestro “bando”, ni tampoco la conocemos. No tienen ninguna relación con nosotros. Al menos, eso pensaba yo. Sin embargo, algo me perturbaba, y me deprimía fuertemente. De pronto, lloré. No entendí por que, pero mis ojos se llenaron de lágrimas. Durante toda esa fría y lluviosa noche, lloré. Lloré hasta que mis cansados ojos no fueron capaces de emitir otra maldita lágrima, signo de debilidad y que debía eliminar de inmediato. Me levanté. Noté que ya había luz, y que dejó de llover. Desperté a mis compañeros, y emprendimos de nuevo el viaje. Era muy difícil avanzar, por que no sabíamos si habían enemigos. De pronto, recibimos un mensaje por radio. Era el cuartel general. Nos preguntó posición. Se la dijimos. Nos dijo que a 59 kilómetros al este de donde estábamos, se había tomado una base enemiga. Que ahí podíamos descansar y abastecernos. Decidimos caminar ese largo camino. Estábamos exhaustos. Al caer la noche, nos encontrábamos, según los cálculos matemáticos de Petit y Gilder (que en ninguna misión ni guerra han fallado), a 25 kilómetros de la base. Decidimos descansar en un edificio en ruinas que se encontraba cerca de nosotros. No encontramos camas, pero si muchos muertos, entre ellos niños, mujeres e incluso bebés. Petit se quejaba, al mismo tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas, de lo cruel que era la guerra, que los únicos que deberían morirse eran los culpables de la misma. Gilder consolaba a Petit, mientras decía que su sueño era un mundo sin guerras. Yo, una vez más, no tenía comentarios. Dormimos. Esa noche, tuve un sueño muy extraño. Soñé que me encontraba en un campo de guerra, lleno de soldados muertos, donde yo era el único sobreviviente, aparentemente. De pronto, tres soldados comienzan a levantarse. Cuando veo sus rostros, me invadió una alegría inmensa, como nunca lo había sentido en mi vida. ¡¡Eran Dante, Petit y Gilder!! Corrí a abrazarlos, y ellos corrieron hacia mí. De pronto, se escuchan tres disparos. Mis amigos se detienen, y a los segundos caen, muertos, por una bala. Me enfrié completamente. Mis ojos se llenaron de esa sustancia de debilidad llamada “lágrima”. Corrí a verlos, pero estaban muertos. Los abrasé, mientras lloraba desconsoladamente y me preguntaba por que ellos, y no yo, que era el menos importante. De pronto, sus cuerpos se volvieron cenizas, que se escurrió entre mis manos hasta que no tenía ni un solo gramo en mis manos. Caí en ese campo de batalla, abatido, sin ganas de luchar. Mis ojos estaban completamente rojos e inundados de la “sustancia débil”. Me sentía raro, me sentía encolerizado de no poder hacer nada, y de que hayan sido ellos en lugar que yo. Mientras lloraba, recordaba todos los momentos felices que habíamos pasado, y me di cuenta que para mi eran importantes. Luego, observé que alguien venia. Me paré. No me dijo su nombre. Estaba completamente vestido de blanco. Solo me dijo que mis amigos, a pesar de estar muertos, están felices. No por que se fueron de ese lugar, y no por que murieron, si no por que yo estoy vivo. Yo quedé atónito, y no di crédito a lo que escuchaba. El hombre de blanco agregó, antes de desaparecer, que a veces los sueños se hacen realidad. Y que si en el sueño mis amigos eligieron dar su vida por mí, quizás en la realidad también podían verse enfrentados a una situación así. Yo le respondí que eso era estúpido, que ellos tienen mejores expectativas de vidas que mi, y no arruinarán su futuro por un pobre diablo como yo. El hombre de blanco sonrió, y agregó que esa opinión es de una persona a la cual le falta un elemento muy importante. Yo estaba a punto de preguntar que era, cuando desperté. Mis ojos estaban llenos del “líquido débil”. Mis compañeros seguían durmiendo. Decidí hacer guardia hasta el amanecer, pensando en el sueño, y reflexionando sobre que elemento era el que me faltaba. Y luego, con ese pensamiento, el cansancio se apoderó de mi cuerpo hasta que caí dormido nuevamente, con una extraña sonrisa en mi cara, pensando que ese elemento era innecesario. No sabía que tan equivocado estaba…

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