Petit me despertó al amanecer. Me dijo que Gilder observó un ejercito grande que se acercaba, y que debíamos partir de inmediato para llegar a la base a avisar. Me levanté, y emprendimos camino. Era un día lluvioso. Muy lluvioso. Nuestra ropa estaba totalmente empapada, y nuestras botas llenas de agua. Al cabo de una hora, llegamos a la base. Dimos nuestro reporte al coronel de turno, y nos pasó una habitación para poder descansar y recuperar fuerzas. Gilder y Petit aprovecharon esa instancia para enviar cartas a sus seres queridos, y llamar por teléfono. Como yo no llamé a nadie, ni tampoco escribí nada, fui a enviar la carta que Dante me entregó para su mujer. En eso, me topo con un viejo compañero de pelotón que luego fue enviado a otra base, Gerardo. Gerardo era un tipo derecho, que jamás tenía miedo de decir la verdad. Éramos amigos desde el colegio, y por lo tanto, el verlo me dio un rato de familiaridad. El se alegro mucho al verme con vida. Charlamos un rato. Me contó que el próximo mes se casaría con la mujer que, para el, “simplemente le arrebató el corazón”. Me sentí feliz por el, y de inmediato pensé que era alguien mas valioso que mi, puesto que tenia a alguien a su lado. Me invitó a su fiesta de boda, y yo acepté a ir, siempre y cuando saliera vivo de esta guerra. Gerardo rió y dijo “¡¡por supuesto que saldrás vivo!!”. Derrochó un optimismo similar al que mostraban Petit y Gilder, y yo no lo entendía. Estamos en desventaja, se acerca un ejército a atacarnos… ¿Cómo pueden mantener el optimismo? No lo entendía. De pronto, sonó la alarma. El enemigo se acercaba. Todos fuimos a nuestros puestos. Yo quedé separado de mis amigos. Ellos estaban en la defensiva aérea, y yo estaba en la defensiva frontal. Fue una cruda batalla. Cada soldado que moría era prueba de una nueva victoria de la guerra. Cada bala insertada en el cuerpo de una persona (aliado o enemigo) mostraba la crueldad y lo despiadado que podía ser una persona. Cada granada mostraba la excitación al encontrarse en esa situación. Cada detalle de la guerra confirmaba más la teoría de que el hombre es un maldito sadomasoquista que disfruta con el dolor ajeno. Luego de una ardua lucha, logramos repeler el ataque. Pero cuando todo parecía calmarse, se escuchó un disparo en el sector de las defensas aéreas. Yo recordé que mis amigos estaban ahí, y corrí de inmediato a ver que sucedía. Cuando llegué, vi algo que me paralizó el cuerpo. Petit estaba herido en el brazo, y Gilder estaba siendo amenazado con una pistola en la cabeza por un soldado enemigo. Entré en la habitación, dispuesto a salvar a mis compañeros. El enemigo me apuntó. No retrocedí. Sabia que, si alguien debía morir ahí, debía ser yo. Era el que menos valía en esta tierra. El soldado se acercó a mí, y me apuntó con el arma en mi dañado cráneo. Yo estaba desarmado. Luego, apuntó a Petit, y exclamó “Este será el primero…”, y se aprestó a jalar el gatillo. Yo no lo iba a permitir. Petit tenía una proyección enorme, era una gran persona, gran soldado, y no podía morir antes que yo, que no valía mucho. Puse mi mano en el agujero por donde sale la bala, y comencé a luchar contra el soldado enemigo. En eso, el soldado dispara, penetrándome la mano con el balazo. Gilder, al ver que yo estaba en peligro, arriesgo tontamente su vida lanzándose sobre el enemigo, quitándole el arma. Lo amenazó, y le dijo que quedaría como prisionero de guerra. Yo encontré esa idea la más absurda del mundo. Había que darle muerte de inmediato. Era un enemigo. Pero Petit y Gilder no encontraban el motivo de matar a alguien sin motivo. Yo sí. Era el enemigo. Ese hombre nos iba a matar sin remordimiento, pero sin embargo ellos lo dejan vivir. No entiendo en que demonios están pensando.
Pasada la batalla, yo y mis amigos fuimos al médico a curarnos de nuestras lesiones. Aproveché de preguntar a Gilder por que hizo esa tontería de saltar encima del enemigo, sabiendo que este lo podía matar de inmediato. Su respuesta fue “te vi en peligro, y no quiero que nada malo te pase”. Yo le dije que eso era absurdo, que el debía privilegiar su bienestar o el de Petit, puesto que ellos tenían mayores proyecciones y eran mejores soldados. Gilder simplemente se echó a reír y dijo que yo estaba loco. Yo me reí con el, solo para no llevarle la contraria. Consideraba bastante tonto su argumento, de mucho menos peso que el dado por mi persona. Es ilógico. ¿Por qué alguien debería arriesgar la vida por otra persona que será “peor” que ella? ¿Por qué ese afán de salvar vidas, cuando no las valen? ¿Por qué ese estúpido pensamiento de querer salvarme, si valgo menos que ellos? ¿Acaso no se dan cuenta? ¿Deberé decírselos? ¿O simplemente quieren ser recordados como héroes? O quizás Gilder quería ser el que capturara al enemigo, para llevarse el crédito el. No podía permitir que alguien inferior como yo hiciera algo que el no pudo. Probablemente era eso. Pero yo simplemente quería que ellos vivieran, por que valen más. No me cansaré de decir eso. La gente que vale menos (como yo) debe proteger a la gente mas valiosa (Petit o Gilder), por que ellos serán mas aporte para el mundo de lo que puede serlo uno. Pero la gente siempre ríe cuando yo expreso esa idea, siendo que es muy cierta. Es como cuando vas a comprar algo. Lógicamente eliges lo mas bueno. Esto es lo mismo. Hay que elegir lo mas bueno, lo que pueda rendir mas y ayudar mas, no la escoria del planeta que lo único que hace es ocupar espacio y respirar aire valioso para otras personas.
Al salir de la enfermería, el coronel de turno nos informa que hemos sido seleccionados para una nueva misión. Debemos volver a nuestra ciudad de origen, que fue atacada y tomada por el enemigo, y recuperarla. Debemos infiltrarnos y sacar toda la información posible para hacer un ataque fugaz y recuperar la ciudad en el menos tiempo posible. Partiríamos a la madrugada del día siguiente. Fuimos a preparar nuestro equipamiento, y mientras lo hacíamos, Gilder comentó que ojala su amada siguiera viva. Que no sabe que hará si la muerte se la ha llevado. Yo le dije que simplemente seguir con su vida, que no se puede echar a morir por una simple persona, si hay miles de personas iguales en la tierra. Me miró con cara de sorpresa, y no emitió ningún comentario. Petit, por su parte, pedía que su familia estuviera con vida. Yo, la verdad, no pedía nada. Si había gente con vida, bien. Si no, bien igualmente. Pero de pronto, pensé en esa mujer. En esa misma mujer que me quita el sueño en la noche, y esa misma mujer de la que Dante habló antes de morir, por que yo se lo había comentado antes. Y por algún motivo, me dolió mi estómago, e inconcientemente deseaba que esa persona se encontrara a salvo. Que nada malo le haya ocurrido. Pero una sensación de odio me invadió fuertemente al pensar que el enemigo quizás algo le había hecho. Y tuve un especial interés en la misión, un interés que nunca había tenido por ninguna otra misión que haya hecho antes. Y una fuerza desconocida invadió todo mi cuerpo, de pies a cabeza. No era odio, por que yo lo hubiera sentido. Era una fuerza extraña, reconfortante, cálida, que jamás había sentido en mi vida. Y esa fuerza, a la vez, me dio una tranquilidad y una paz que no había experimentado nunca en mi vida. Y con esa extraña sensación, fui a dormir, pensando en la misión del día siguiente, y rogando por que esa fuerza tan reconfortante y hermosa no desapareciera. Y, dentro de mí, existía un ruego por que esa mujer, por la cual me siento atraído, estuviera viva. Era la única cosa que podía pedir…
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